Esa
misma noche, cuando Veronika salió de la ducha y se dirigía a su cuarto. Antes
de entrar su corazón comenzó a acelerarse. Tras la puerta resonaban unos
acordes graves de guitarra y el olor a incienso de canela luchaba por salir de
aquella habitación.
Cuando
entró, lo primero que vio fueron dos tazas de café humeantes, contrastando con
el frío que entraba por la ventana. Nuevamente se había olvidado de cerrarla. O
¿quizá lo hiciera a propósito? Unas largas y finas piernas se disponían a lo
largo de la cama. Vestían unos pantalones grises tan oscuros que parecieran de
un negro desgastado. A medida que giraba la cabeza trazando una panorámica
podía ver con claridad de quién se trataba. Pero ni él ni ella necesitaban
mirarse para saber quiénes eran. En su vientre reposaba la guitara de la que
provenían las notas. Una ESP Forest GT en tono negro mate. Era la primera
vez que veía esa guitarra. Su guitarra. Nunca la había sacado del estuche. En
todo el tiempo que habían pasado juntos, todas las cosas que habían compartido
entre borracheras y secretos.
Ese día sus ojos tenían un brillo especial. El verde
esmeralda resaltaba entre los mechones de su pelo azabache. Incluso su media
sonrisa que por lo normal luchaba entre la suficiencia y la amabilidad, esa
noche tenía otro color.
-
¿Recuerdas el día en el que nos conocimos? –
Preguntó ella.
-
¿Acaso tú no? – Rió.
-
Ese día me preguntaba qué era lo que tocabas.
Nunca había visto tu guitarra antes. Ni si quiera sabía si sería un bajo.
-
Y ¿qué? Ahora después de tanto tiempo, ¿es como
esperabas?
-
No.
-
¿No? – rieron. - ¿Cómo pensabas que sería?
-
La hubiera imaginado brillante, no en mate. Pero
creo que así te va más.
-
¿Por qué? – esta vez apartó la vista de la
guitarra y le miró interesado.
-
Eres silencioso. Y tus movimientos son gráciles.
-
¿Gráciles? Nunca cambiarás esa forma tan especial
de expresarte – sonrió. Con la mayor sonrisa que le había visto nunca.
-
Sí, gráciles. Por eso te dije que eras como un
gato negro. Y cada día que hemos estado juntos he reafirmado mis ideas.
Nuevamente pasaron toda la noche
hablando de sus tonterías. Estaban contentos, felices. Se tendrían el uno al
otro toda la vida. “Por desgracia” soltó Veronika queriendo y ambos volvieron a
reír.
-
¿Nunca has querido saber por qué te llamé
Veronika? ¿Nunca has tenido curiosidad por saber mi nombre?
-
Sí…
-
En este momento me muero por saber tu verdadero
nombre – ambos se quedaron callados a la espera de su respuesta. Tan solo
sonrió.
-
Me llamo Veronika.
-
¿Acerté entonces?
-
No. Ahora mismo. Para ti. Siempre seré Veronika.
No importa quién sea ahí fuera. Tú me conoces de verdad, mejor de lo que podría
conocerme a mí misma. Tú me llamaste así, y si así fue… su razón tendrá. Aunque
no te acuerdes o aunque lo dijeras por casualidad. Yo soy tu Veronika y tú eres
mi gato negro. Muchas veces me pregunté cuál sería tu nombre, de veras, pero
fue una idea que solo resonó en mi mente durante los primeros años. Somos
amigos. Los amigos se ponen motes y esos motes permanecen. En el momento en el
que se cambian es como si esa persona hubiera cambiado. Quiero que siempre
estés conmigo.