Una fuerte tos le invadía el pecho
mientras agachaba la cabeza. Decidió esconderse en el pañuelo que le rodeaba el
cuello y sonreír a la misma vez que se sonrojaba.
Y miraba al cielo, y sentía que
estaba en el lugar y en el momento exacto. Y se dieron cuenta que aquello era
un adiós. Y ambas se miraron al tiempo que se soltaban de la mano. Lloraron y
rieron al recordar lo que habían compartido juntas. Permaneciendo sentadas en
mitad de aquel camino que más tarde acabaría bifurcándose.
Y al llegar la hora de marcharse, le
volvió a tomar de la mano, “espera” le dijo. Le tomó de la mano, y depositó
algo en ella.
Cuando ambas se alejaban, abrió su
mano, y pudo ver aquella mitad del lazo que tanto tiempo las unió. Sollozando
de alegría, marcho siguiendo su camino, guardando con ternura el recuerdo de
aquella amistad.
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