jueves, 15 de marzo de 2012

Capítulo segundo: segunda señal.

Finalmente abrió los ojos. Ah… ¿durante cuánto tiempo estuviste así, pequeña? Sentía su pecho aún oprimido pero con menor gravedad. Giró su cabeza por instinto hacia aquel lugar del cual provenía la luz. La noche ya había caído, y solo la luna iluminaba la habitación donde se encontraba. Sin apenas fuerzas, trató de recordar cómo había llegado a semejante situación.

Hacía ya semanas que esa obsesión por su cuerpo había vuelto a rondar su mente. Obsesión, que lejos de parecer buena para su organismo, rebasaba los criterios de lo insano. Volvió a cruzar esa delgada línea. Se miraba al espejo sujetándose aquellas zonas que pensaba que deberían desaparecer cuanto antes. La impotencia recorrió su espina dorsal como si de un escalofrío se tratase. Las lágrimas caían a borbotones. Y un grito ahogado salía de entre sus dientes apretados. Se encontraba frente a un nuevo ataque de histeria. Comenzó a arañar sin pudor todas y cada una de esas zonas anteriormente marcadas, más tarde, dejó de importarle qué lugar desgarrar. Solo quería sentir ese dolor que le hacía arder por dentro.

Más tarde, se hallaba más tranquila al lado de la ventana, sentada con las rodillas a la altura de su pecho. Una brisa fresca limpiaba sus pulmones. Cerraba los ojos para poder sentirlo mejor. Se abrazó a sí misma al notar que realmente el frío se estaba calando en sus huesos. Y de nuevo, su obsesión reapareció, pero esta vez, se decantó por algo más sano: el baile.

Solo duró una canción. Solo una canción, y su corazón volvía a latir más rápido que nunca, más rápido de lo que debería. Apoyó ambas manos sobre la pared en un intento de no caerse y tratar de tomar algo de aire. Pero a cada bocanada que daba, los latidos se apoderaban de uno de sus cinco sentidos, como si se tratase de una grave línea de bajo que debiera escuchar en ese mismo momento. Solo ellos dos, la melodía y Veronika.

Tomo su teléfono móvil, fijándose en la hora. 19.26. En cuanto el minutero aumentó una unidad, comenzó a medir su pulso. Cuando volvió a cambiar, paró. No era normal. Decidió esperar un poco más antes de precipitarse. Ya no podía apoyarse sobre la pared, sino que trató de apoyar su cabeza como pudo sobre la mesa, dejando su espalda arqueada. 19.47. Tomó nuevamente su pulso, pero este había incluso aumentado desde la última vez que lo midió.

Sentía un sudor frío recorriendo toda su frente y espalda. No era capaz de abrir los ojos. Trató de convencerse que sí podía y lo logró. Pero a los pocos segundos, todo se encontraba demasiado negro.

Y nuevamente ahí se encontraba, medio cuerpo sobre la alfombra roja de su cuarto y el otro medio, recostado sobre el frío mármol. Trató levantarse de la manera más rápido posible al notar que ya había anochecido. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? 21.44. Cerca de dos horas había estado tirada como si nada y nadie se dio cuenta. Fue al baño, se echó agua en la cara y bebió un poco. La expresión de su cara tornó de desesperación a asco. Si no se gustaba, mucho menos con la cara mojada y el maquillaje corrido.

Una voz a lo lejos le anunciaba que se marchaba, seguida del sonido de la puerta al cerrarse. Sin duda alguna, había tenido suerte. No temía por que le encontrasen en aquella situación y se preocuparan por ella. No le importaban incluso si le llevaban al hospital. Solo agradeció que nadie la encontrase por el simple hecho de que no quería dar pena.

Por muchos problemas de salud que tuviera, o incluso si se estuviese muriendo de la manera más dolorosa, su orgullo no le permitía pedir ayuda. Todas sus fuerzas iban dirigidas a mantener su fachada. Aquella que solo cierto gato negro podía romper con una de esas medias sonrisas cargadas de suficiencia e ironía. Ese maldito fantoche, ese desconocido que tan bien le conocía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario