jueves, 6 de septiembre de 2012

Capítulo Vigésimo Primero: Las historias de Veronika, “Algo que no debería dejar para más tarde”. Capítulo 1: Sira.


¿Qué hay Sira? ¿Sabes? En días como este pienso en ti, en mí, en la lluvia que nos calaba hasta los huesos en aquel país extranjero. Recuerdo cuando éramos las reinas del mundo.
Aún sigo pensando en las últimas palabras con significado que me dijiste. Se repiten constantemente en mi cabeza. “Lo que no quiero es pensar en la visión que debes de tener de mí para no habérmelo contado antes, por miedo” Por miedo a perderte. Te enfadaste. Te perdí. Conclusión, no te lo tuve que haber contado.
No tienes ni idea de la rabia que sentí. De lo que siento al recordarlo. Pero supongo que me he acostumbrado a ello. Supongo que también me acostumbraré a lo de Say.
Mi gran problema fue, que no sabía qué cosas no tenía que decir y cuales sí tenía que contar.
¿Qué diablos querías que hiciera? ¿Que pidiera perdón? ¿Qué me humillara? ¿De qué me servía si a ti todo te iba a seguir pareciendo una estupidez? ¿De qué me serviría intentarlo si ni si quiera volverías la vista para prestarme atención? ¡Simplemente tenías que pedirme algo para que te lo diera! ¡No podía crear algo bueno que te conviniese de la nada si ni si quiera sabía qué querías! ¡No podía! ¡Ni aún si me marcase todo el cuerpo no podría! Porque nunca daré con lo que querías de mí.
¿Sabes? Una vez intenté contarle a Dinosaurio que me gustabas. Ni él se enteró, ni yo quise darle más vueltas a la situación.
Pero  ¿de qué servía un perdono pero no olvido? Siempre he considerado que era una forma tonta de engañar y satisfacer a ambas partes. Siempre me he conformado. Pero no contigo. No quería que nada fuese como antes, pero sabías que me importabas… Y aunque necesitases mil veces para que lo creyeras lo diría. No quería que me dieses el sí de los tontos y que creyeras que me conformaba.
Y odié sentir la calidez que me recorrió todo el cuerpo cuando vi el fuego brotar de entre las cenizas. Odié el momento en el que cerré los ojos y pensé en ti, otra vez. ¿Por qué la mayoría de mis historias debían tener el mismo comienzo? Todas, todas ellas. Miles y miles de cartas que te escribo y nunca te envío. Se parecen a aquellas historias que escribíamos y nunca acabábamos. Aún en días como estos las vuelvo a leer, y vuelvo a sentirte cerca. Vuelvo a sentir que voy a comerme el mundo.
En realidad estoy harta, de aparentar, de luchar, de ir contra corriente, o quizá de dejarme llevar por ella. He vuelto a encerrarme. He vuelto a un lugar en el que puedo oler la playa a lo lejos sin tener que ver el sol. Y mira que me gustan poco las playas. Pero lo adoraba. Mirar al cielo y sentir que el viento me azota en la cara, que me cala hasta los huesos, y que entra en mis pulmones hasta parecer que se desgarran.
Sí, Sira, he vuelto a Loserville, y todo sigue tal cual lo dejamos. No soy nadie. Canto, alto y claro para que todos me oigan. Porque, al fin y al cabo, aquí nadie me criticará nunca.
Es complicado, quitarme la careta que se fue formando sola por encima de mi piel. Esa falsa sonrisa. La fuerza que me permite guardarme mis lagrimas. Mi orgullo.
Recuerdo aquel día en nuestro piso de solteras, mientras veíamos la película de la profecía. Sinceramente, parecía entretenida, pero acabé por dormirme. Al día siguiente me lo echaste en cara. Ese día me harté a lacasitos mientras permanecía “cómodamente” sentada en el sillón calentándome con el brasero y tú escribías. Me preguntabas qué podía suceder, y yo te ofrecía una lista de finales alternativos. Supongo que decidirías aquel que más juego podría dar a la historia, aquel que pudiera prolongarla más. Aquellos que te permitiesen no acabar. Y esa era una de las cosas que más me gustaban.
Hey Sira, tenemos muchas cosas a medias. Me gustaría poder acabarlas, por el bien de ambas. Para que podamos seguir nuestros caminos. Para que nuestros caminos por separado no se hagan tortuosos. O al menos para mí.
La noche ya cayó y en frente de mí una farola parpadea. Se ve una pareja de mujeres pasar al fondo y otra que pasa por delante del porche, decelerando su paso para verme. Pero todo sigue solitario.
Ese siempre fue uno de mis mayores miedos. Estar sola. Pero ya no. Uno de mis mayores deseos fue poder afrontar mis miedos con la cabeza alta. No estoy sola. Quizá mis amistades de ahora no tengan gran “mérito”. No sean de hace mucho tiempo. Pero  me siento cómoda. Me preocupo por ellos y ellos se preocupan por mí.
Porque si mando un mensaje diciendo que me encuentro mal, enseguida me llaman e intenta animarme. Aunque pretenda ocultarlo.
¿Por qué lo ocultaba? Ah, sí. Porque Say me dio a entender que era una egocéntrica, que solo piensa en sí misma. Desde aquel día, siempre me he presentado como una persona hipócrita, egocéntrica y cínica. Y muchos han salido corriendo. Pero bastantes se han quedado a mi lado, me han querido conocer y nunca tendré palabras para expresar todo lo que siento. Solo tengo mi cuerpo, y lo usaré para ofrecerles todo el apoyo que necesiten y pueda darles.
Ya no tengo secretos. Sí tuve anorexia y fui bulímica ¿algún problema? Al menos hay gente que no ha salido corriendo cuando se lo conté.
Y vuelve a mi mente aquel local en el que tocaban unos amigos. Yo me quedaba mirando al batería mientras tú cogiste un micrófono y te sentabas al lado de un amplificador. Cantabas una de esas canciones que tanto nos gustaban. Todos se quedaron impresionados por tu voz. Me hiciste sentir un poco apartada ya que sabes cuán importante era para mí eso, y sabías que tenía miedo a cantar en público, incluso para otra persona.
Después de un tiempo, en una excursión organizada por el colegio conseguí abrirme. Necesitaba estar sola, te llamé y me aparté de todos. Me preguntaste si me había aprendido una canción que me pasaste hacía tiempo, a lo que te contesté que no aún. Cuando colgamos, la escuchaba en el móvil a la vez que intentaba cantarla. Al acabar, un amigo de ambas se me acercó y me dijo que lo hacía muy bien, que le había gustado mucho. Agaché la cabeza y me puse tremendamente colorada, pero dentro de mí, una gran bola de energía estaba a punto de explotar. Algún día seré capaz de subir a un escenario. Y a alguien más le gustará mi voz.
Quizá te preguntes cómo es posible que me acuerde tan bien de esas cosas, si tan obsesionada estoy. No, sabes que no. Estoy escuchando música. Mi memoria nunca fue tan buena. Tan solo necesito un estimulante. El tuyo, el alcohol, el tabaco, el sexo… quizá cosas sobre las cuales no me hayas contado nunca. El mío, la música. He probado con otros. El alcohol sigue sin ser mi mayor vicio, sigo rechazando el tabaco, aunque parece que he aprendido a soportarlo. Y el sexo… creo que no me gusta fingir tanto como me parecía.
“Eso es porque a ti te han follado, pero nunca te han hecho el amor” me dijeron, para más tarde llevarse el cigarrillo a la boca. Quizás. Quizá mi teoría sea cierta, y necesite de mi estimulante para poder llegar al orgasmo.
En fin, voy a excitarme un rato. Nos vemos luego.

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