jueves, 13 de septiembre de 2012

Capítulo Vigésimo Segundo: Las historias de Veronika, “Algo que no debería dejar para más tarde”. Capítulo 2: Sueños.


¿Qué son los sueños realmente? Durante décadas, la gente se ha referido con esta palabra a sus deseos más imposibles. De ser así, muchos de nuestros “sueños” no tendrían sentido alguno, o directamente, no querríamos que se convirtieran en realidad.
El mundo de los sueños se encuentra totalmente aparte del mundo real y ambos están conectados por nuestro subconsciente.
Al igual que los sueños, existen las pesadillas que, de la misma manera que los primeros, siguen siendo un reflejo de lo que percibe nuestro cerebro.
El mío siempre fue un tanto peculiar. A veces hablaba con la gente, y me contaban que habían soñado que pelaban naranjas, o que se tiraban de un puente.
Al cerrar los ojos, mi visión se distorsiona, todo se ve doble, triple... La ansiedad se va apoderando de todo mi cuerpo hasta llegar a comprimir mi estómago. El olor es nauseabundo, lo que hace que mi respiración se dificulte.
Una vez consigo ver con claridad, a mi mente llega la imagen de un suelo gris, cubierto por la suciedad, y paredes, de azulejos verde oscuro, las cuales también están repletas de algo parecido a un moho negro. Siento que no puedo moverme. No quiero, no quiero irme de allí. Y permanezco asfixiándome entre la mugre.
Siento ira, rabia, agonizo, estoy muerta. No, en realidad no. Estoy más que viva. En mi garganta hay algo que me impide gritar. ¿Miedo? Impotencia. Me rodeo con mis bazos y siento cómo los arañazos recorren toda mi espalda. Sí, de veras estoy allí. Siento el dolor, es real.
Intento salir de allí, pero no hay manera. No existe comunicación alguna con el exterior, pero de alguna forma tuve que entrar allí ¿no? Corro con desesperación hacia las paredes, las golpeo, las araño. Intento alcanzar con mis dedos aquello que tanto me asquea. Tropiezo y me caigo.
Y de repente el suelo es negro, las paredes se vuelven negras. Estoy cayendo, y ni si quiera soy capaz de rozar nada con mis manos. No hay nada. Vacío. No, gravedad. Alcanzo el suelo y oigo algo crujir. Me duelen todos los huesos. Pero enseguida sé que no me he roto nada. Duele, duele. Mi piel está aún más pálida que antes, y alcanza a tomar el color azul de las venas.
La luz de un neón blanco llena prácticamente toda la habitación. Es la misma que la anterior. Salvo que sus paredes son rojas, como la sangre. Un líquido blanco empieza a caer del techo. El suelo también está encharcado y poco a poco noto que me llega hasta las rodillas. No tengo tiempo, he de salir.
Una puerta. Y no está cerrada con llave. Solo la masa del denso líquido me impide abrirla. Este ya alcanza el nivel de mi cintura haciendo que apenas pueda moverme. Consigo abrirla. Pude, yo sola. Y el nivel del líquido baja, y mis piernas se mueven solas hacia afuera.
Es de noche y el camino está vacío. Aún así, las estrellas brillan en el cielo, y algo me dice que me acompañarán en este largo recorrido.

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