¿Qué
son los sueños realmente? Durante décadas, la gente se ha referido con esta
palabra a sus deseos más imposibles. De ser así, muchos de nuestros “sueños” no
tendrían sentido alguno, o directamente, no querríamos que se convirtieran en
realidad.
El
mundo de los sueños se encuentra totalmente aparte del mundo real y ambos están
conectados por nuestro subconsciente.
Al
igual que los sueños, existen las pesadillas que, de la misma manera que los
primeros, siguen siendo un reflejo de lo que percibe nuestro cerebro.
El
mío siempre fue un tanto peculiar. A veces hablaba con la gente, y me contaban
que habían soñado que pelaban naranjas, o que se tiraban de un puente.
Al
cerrar los ojos, mi visión se distorsiona, todo se ve doble, triple... La
ansiedad se va apoderando de todo mi cuerpo hasta llegar a comprimir mi
estómago. El olor es nauseabundo, lo que hace que mi respiración se dificulte.
Una
vez consigo ver con claridad, a mi mente llega la imagen de un suelo gris,
cubierto por la suciedad, y paredes, de azulejos verde oscuro, las cuales
también están repletas de algo parecido a un moho negro. Siento que no puedo
moverme. No quiero, no quiero irme de allí. Y permanezco asfixiándome entre la
mugre.
Siento
ira, rabia, agonizo, estoy muerta. No, en realidad no. Estoy más que viva. En
mi garganta hay algo que me impide gritar. ¿Miedo? Impotencia. Me rodeo con mis
bazos y siento cómo los arañazos recorren toda mi espalda. Sí, de veras estoy
allí. Siento el dolor, es real.
Intento
salir de allí, pero no hay manera. No existe comunicación alguna con el
exterior, pero de alguna forma tuve que entrar allí ¿no? Corro con
desesperación hacia las paredes, las golpeo, las araño. Intento alcanzar con
mis dedos aquello que tanto me asquea. Tropiezo y me caigo.
Y
de repente el suelo es negro, las paredes se vuelven negras. Estoy cayendo, y
ni si quiera soy capaz de rozar nada con mis manos. No hay nada. Vacío. No,
gravedad. Alcanzo el suelo y oigo algo crujir. Me duelen todos los huesos. Pero
enseguida sé que no me he roto nada. Duele, duele. Mi piel está aún más pálida
que antes, y alcanza a tomar el color azul de las venas.
La
luz de un neón blanco llena prácticamente toda la habitación. Es la misma que
la anterior. Salvo que sus paredes son rojas, como la sangre. Un líquido blanco
empieza a caer del techo. El suelo también está encharcado y poco a poco noto
que me llega hasta las rodillas. No tengo tiempo, he de salir.
Una
puerta. Y no está cerrada con llave. Solo la masa del denso líquido me impide
abrirla. Este ya alcanza el nivel de mi cintura haciendo que apenas pueda
moverme. Consigo abrirla. Pude, yo sola. Y el nivel del líquido baja, y mis
piernas se mueven solas hacia afuera.
Es
de noche y el camino está vacío. Aún así, las estrellas brillan en el cielo, y
algo me dice que me acompañarán en este largo recorrido.
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