jueves, 3 de enero de 2013

Capítulo trigésimo octavo: Vicios.


            Tarde o temprano todo el mundo cae. ¿Quién no le ha dado un sorbo alguna vez a una bebida alcohólica? ¿Quién no le ha dado una calada a un cigarro? ¿Quién no ha probado en la vida la marihuana o cualquier otro tipo de droga? ¿Quién no se ha acostado alguna vez con alguien simplemente por sentir el placer y hacer que nada ha pasado? ¿Quién no ha engañado alguna vez para conseguir beneficios? ¿Quién no ha escondido la última chocolatina para poder comérsela cuando quiera? Y así, un millar de cosas más. Sí, podría decir que Veronika pecó de prácticamente, todas ellas.
            Había probado todas y cada una de las sendas que podrían “llevarle por el mal camino”, y de todas ellas ha sacado algo en claro. Si algo le sienta mal a su cuerpo no tiene porqué seguir así. Si una borrachera después le cuesta dos días en cama sabe que no le compensa. Si fuma y le dan taquicardias, no es bueno para ella.
            No le gustan los extremos, nunca le han gustado. Prefiere parar, por mucho que le cueste antes que defraudarse a sí misma, antes de poder arrepentirse de lo más mínimo.
            No le importa lo que la gente haga con su vida, ella no es quien para juzgarles. No puede imponerle a todo el mundo su filosofía. Podía dejar pasar el estar al borde de un extremo, pero no el extremo en sí. Mucho menos si ese extremo conllevaba la preferencia de dicho vicio a una persona.
            Últimamente los casos que se habían dado todos tenían que ver con la droga. Hace poco, Veronika vio a un par de amigos. Ellos le contaron que dejaron ese mundo porque no les traía nada bueno, porque se habían dado cuenta de que eso no les gustaba. Una sonrisa pícara intentaba dibujarse por sus labios debido a la alegría. No lo podía negar, era algo que le había traído algo de esperanza, por toda esa gente que veía que solo se lo pasaba bien si tenía un porro entre sus dedos. Sin embargo también hubo otro caso que hizo que el bello de Veronika se pusiera de punta. Umi había cambiado. Lo sabía. Pero algo le decía que debía esperar para comprobarlo. El mismo día que la vio, toda sospecha se verificaba. Había preferido un porro a ella.
            Las cosas no estaban bien entre ellas dos, por lo que quería aclararlo todo cuanto antes. Umi no había estado por la labor. Y una vez en persona, prefirió liarse un porro a aclarar las cosas cuanto antes. Prefirió mantener la tensión. Obviamente, a partir de ese momento, Veronika prefirió no dirigirle la palabra en toda la noche. Prefería mantener la tensión a hablar con alguien que estuviera fumado.
            Desde luego, la enseñanza que aprendió Veronika, era que debía ver esa serie llamada “Skins”, que parecía ya semejarse con la sociedad de hoy en día.

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