Había
vuelto a la casa de sus padres. A aquel lugar que odiaba y a la vez tanto amaba
por el simple hecho de que era suyo. No tenía amigos, ni familiares cercanos.
Tenía a sus perros y, de vez en cuando, a sus padres. El hecho de sentirse
aislada se le hacía siempre tan asfixiante como necesario. Siempre tendría ese
lugar para pensar, para tomarse un tiempo si era necesario.
No era un lugar al que cualquiera
tuviera acceso. Era como entrar en su corazón, pues realmente las personas que
habían pisado ese sitio han tenido gran importancia en su vida.
Este año, Veronika decidió cambiar.
Se mudó a un cuarto de la parte de arriba. Luminoso, había suficiente espacio a
pesar de que tres camas mal colocadas ocupaban un gran parte de este, un
escritorio amplio justo debajo de la ventana, y un armario semiabierto a la
entrada. Odiaba las puertas abiertas o semiabiertas mientras dormía, siempre le
dieron algo de miedo. Quizá los muebles eran viejos, y también el cuarto se
encontraba bastante aislado con la vida de la casa que se desarrollaba sobre
todo en la primera planta.
Sin embargo, lo prefería muchísimo
antes a su antiguo cuarto. Una habitación cerrada, a la cual no le llegaba la
luz natural por ningún lado, que se había convertido en el nuevo almacén de
medicinas de su padre en el que pasaba gran parte del tiempo. Pero quitando la
falta de intimidad, aquel cuartucho seguía sin gustarle. La puerta se quedaba
atascada cuando se cerraba del todo, en este momento, entra en juego el miedo
de Veronika a las puertas abiertas o semiabiertas. Encima de ésta, un cristal
el cual dejaba pasar la luz proveniente del fluorescente de la trastienda de su
padre. También recuerda que un día le comentaron que ese cuarto fue antaño una
cocina que se quemó. Instintivamente, buscó en su mente formas de escapar. No
había ninguna. En caso de que la puerta se atascara, existía una ventana que
conectaba su cuarto con el despacho. Pero estaba tapada con el gran mueble de
medicamentos el cual le doblaba en tamaño y altura. Además que, por el otro
lado, tendría que sortear la estantería llena de enciclopedias que tenían allí.
Definitivamente, aquello le parecía una jaula, un laberinto sin salida.
Era la primera noche que dormía en
su nuevo cuarto. Al subir las escaleras, se paró en el último escalón y en
lugar de girar a la derecha, abrió el cuarto que se encontraba a su izquierda.
No pudo evitar sonreír. Se había reconciliado con su pasado. Ese que no le
dejaba seguir hacia adelante.
Esa fue la primera vez que compartió
su lugar con alguien. Sira. Sira, Sira, Sira… resonaba en su cabeza mientras un
suspiro se escapaba de entre sus labios. Recuerda las primeras noches en las
que tan solo escribían, una historia mal empezada y con una horrible
ortografía, hasta caer en los brazos de Morfeo. Pero aún así, ese fue el comienzo de una gran
amistad. Y Veronika nunca se olvidará de Sira, porque no hay persona que más le
haya configurado. Porque si Veronika es como es, en gran parte se lo debe a
ella.
Definitivamente, con una sonrisa,
cerró la puerta y se dirigió a su nuevo cuarto. Cerró la puerta tras de sí,
apoyando la cabeza en esta mientras sus ojos aún permanecían cerrados. Sabía
qué pasaría esa noche. El olor a canela le inundaba los pulmones desde el
pasillo. Sentado en el reposo de la ventana, jugando con la varilla se
encontraba el gato negro.
-
Una
promesa es una promesa.
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