jueves, 28 de junio de 2012

Capítulo décimo segundo: ¿Qué está pasando?


Eso mismo se preguntaba Veronika mirando el cielo nublado desde su ventana. Una noche gris. Una noche melancólica.
Había pasado ya un tiempo desde que aquella relación semi-amorosa había llegado a su fin. O sencillamente, nunca llegó a ser nada. Pero aún así algo le revolvía el estómago. Había conocido a otro chico, llamémosle el chico de ojos bonitos. Las cosas se desarrollaron rápidas, pero a la vez lentas. Si algo le gustaba de él, era que no podía imaginar lo que se le pasaba por la cabeza. Eso le atraía. Bastante. Pero otra parte de ella le decía que se alejara. Veronika tenía miedo. Eso solo se podía traducir a una cosa. Hacía mucho tiempo que no sentía miedo.
No había derramado ninguna lágrima por él, pero sabía que algún día llegaría a hacerlo. Esa impotencia de conocer de forma precisa lo que va a ocurrir y no poder evitarlo le revolvía los sesos.
Se encontraba sola, en su cuarto. Alumbrada por la pantalla del portátil. De repente lo vio. Esos ojos verdes clavados en ella. Con los ojos bien abiertos se volteó y allí estaba. El gato negro, su gato negro. Apoyado en la pared contraria, con la cabeza echada hacia delante. Sonrió cuando el silencio de la impresión ya no era necesario.
-          ¿Qué haces aquí? – preguntó ella.
-          No sé, ¿qué hago aquí? – rió. Ella solo bufó.
            Agachó la cabeza mientras él tomaba asiento en su cama. Una pierna estirada y la otra algo más recogida. Acomodó un par de cojines en su espalda para estar mejor. Sacó uno de esos cigarrillos negros sabor cereza, prendiéndolo e inhalando el humo. Volvieron a quedar en silencio hasta que él decidió romperlo.
-          Siento el miedo desde aquí.
-          Normal, eres un animal – rieron ambos.
-          ¿Temes que te pase lo mismo que la última vez?
-          Puede ser… no quiero volver a dejar de comer chocolate por un tío.
-          Ah… ¿tu teoría del sabor? No has vuelto a probar aquellos chocolates que tanto te gustaban, ¿me equivoco?
-          Por qué preguntas si prácticamente siempre llevas razón.
-          Porque aunque lo sepas, no acabas de auto convencerte.
            La teoría del sabor… Veronika tendía a semejar un sabor para cada estado. Al igual que el chocolate del kit-kat era el sabor de la amistad. El sabor del amor era el de los Kinder Shoco Bons. No volvió a comerlos desde la primera vez que se enamoró y fracasó. Simplemente, no quería. Siempre que tenía la tentación de comprar una bolsita de esos chocolates, los recuerdos venían a su mente: había pasado un tiempo en cama. No pudo asistir a clase debido a su malestar físico. Sus progenitores no se encontraban en casa, y seguramente esa noche tampoco la pasarían allí. Debía cuidarse a sí misma, de sí misma. La vibración acompañada de sonido rompió su burbuja avisándole de que un mensaje había llegado a su teléfono. “Abre la puerta”. Una sonrisa se dibujó en sus labios. No le hizo falta ver a través de la mirilla, abrió la puerta y se abalanzó a su por entonces novio. “Te he traído tus chocolates favoritos”. 
-          En realidad, no eran mis favoritos. O a lo mejor no me di cuenta. Es cierto que solo los comía cuando estaba con él.
-          El sabor del amor. ¡Qué bonito! – rió. Posicionando sus piernas entrelazadas cerca de su cuerpo, apoyando a su vez las manos en sus rodillas.
-          No me seas idiota ¿quieres?
            Veronika se levantó y se tiró en la cama dejando caer su cabeza en las piernas del Gato Negro. Se hizo un ovillo y dirigió su mirada hacia el cielo a través del cristal.
-          Hay alguien más, ¿cierto? – Ante la pregunta Veronika solo pudo girar la cabeza.
-          Los hay… pero no te equivoques. Solo estoy preocupada por ellos.
-          Explícate.
-          Pienso en el chico de ojos bonitos, y en que yo soy la tercera o la cuarta en llegar. Sé que estos chicos solo quieren lo mejor para mí, que podrían hacerme sentir mejor de lo que él podría… pero no sé hasta qué punto podrían hacerme feliz… Una sola sonrisa suya ya me hace estar alegre… y si esa sonrisa es por mi culpa, ni te imaginas… Pero soy realista… yo no podría hacerle feliz porque él ahora mismo tiene la cabeza en otra parte. Aunque sea yo la que le haga sentir bien, no soy yo la que le da felicidad.


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