jueves, 7 de junio de 2012

Capítulo noveno: Antes de continuar.


Déjenme presentarles a mi Gato negro de ojos verdes…

La primera vez que le vi, fue en Pokesdown Station, en Bournemouth. Fue bajando las escaleras hacia los raíles del tren. Él estaba sentado, fumando un cigarrillo sabor cereza. Parecía estar esperando a algo pero en realidad no esperaba nada, simplemente apareció allí y allí permaneció.

Tenía una melena larga azabache, algo despeinada por así decirlo. Vestía unos pantalones negros rasgados, una camiseta holgada y una cazadora de cuero, negras ambas. Miraba al frente, a la nada.

A medida que iba bajando cada escalón iba fijándome más y más en cada detalle. Llevaba un par de cadenas al cuello y el pecho un poco al descubierto enseñando parte de su nívea piel.

Volvió a dar una calada y mi atención se fijó en sus labios. Carnosos, dibujando siempre una sonrisa amable.

Al final del banco en el que estaba, había un gran estuche negro. A estas alturas aún no sabría decir si es bajista o guitarrista.

Pareció darse cuenta de mi presencia pues no había nadie más que nosotros dos. Fue cuando noté sus ojos verdes clavándose en mí. Sonrió. Esa sonrisa de medio lado que aún me hace arder por dentro. Y no paró hasta que me senté a su lado.

El tiempo parecía correr a nuestro favor.

De esto habrán pasado ya unos cinco o seis años.

Él lo sabía todo de mí y a la vez no sabía nada. Es esa persona que puede ver a través de mí. Sabe exactamente la posición de todos mis órganos y de todos mis pensamientos.

Desde entonces nuestros encuentros se hicieron más repetidos. A veces era yo la que iba a las vías del tren a buscarle. Otras veces, era él el que se colaba por mi ventana.

No sé qué hace, de dónde es ni nada de eso. Pero es libre. Un gato callejero el cual disfruta de las noches mirando al cielo oscuro.

Una vez conocí su casa. Una pequeña buhardilla muy luminosa. Nada más entrar podías ver la cocina. A la derecha, debajo del ventanal, un sofá de estos que hacen esquina con una mesa de comedor. A la izquierda, la pared que separaba su cuarto con el resto de la casa. Su cama estilo futón con colchas de un blanco intenso. Su armario al frente de esta. A la izquierda el baño y a la derecha otro ventanal.

Solo entramos para salir a ver las estrellas desde aquel tejado. Me abrigó con una manta y deslizó sus dedos por mi espalda trazando pequeños círculos. A la mañana siguiente, cuando desperté y alcé la vista, pude contemplarle ofreciéndome un café recién hecho, ardiendo. Me dijo que solo así se podía disfrutar del café realmente. A sorbos pequeños, sintiendo el frío de la mañana y por otra parte buscando el calor de la taza. Nunca quieres que ese calor se acabe. Todavía siento sus labios en mi frente. Todavía me acuerdo de esa sonrisa tan sincera.

El gato negro de ojos verdes parece un mentiroso, un prepotente, un vividor… Pero solo es alguien que usa la verdad por encima de cualquier engaño. Sí, es bastante prepotente, por suerte o por desgracia, puede permitírselo…

Mi dulce mentira…

Esta noche mientras dormía le volví a sentir y me ayudó a dormir en paz conmigo misma.

Él fue quien me enseñó que de todo se podía sacar algo positivo. Que no valía la pena arrepentirse de nada. Y desde entonces nunca, nunca me arrepiento de nada. Me enseñó a razonar por mí misma, a defender mis ideales. Solo así…

Mi dulce mentira…

El Gato negro de ojos verdes es alguien y a la vez no es nadie. No existe, pero a la vez siempre aparece cuando menos me lo espero.

Mi gato negro de ojos verdes.

Mi dulce mentira.




No hay comentarios:

Publicar un comentario