jueves, 21 de junio de 2012

Capítulo décimo primero: otra recaída más.


Nuevamente, Veronika se reunió con sus progenitores. No fue una visita normal ya que apenas pasaron tiempo juntos. Ellos solo se quedarían a dormir un par de días y ella quería hacer de todo menos dormir con ellos. Su instinto le alteraba, no iba a pasar nada bueno.
            El primer día del fin de semana, Veronika llegó relativamente tarde a su casa. Se notaba cansada y no es que le apeteciera mucho pasar un “agradable” tiempo en familia. Aquello le costó un buen cabreo por parte de su madre.
            El día siguiente pasó como si nada. Sus padres habían desaparecido, ya volverían. Lo mismo iba por ella, quien decidió quedarse en casa de un amigo a pasar la noche. El ambiente aquella noche realmente era bueno. Quizá serían diez o quince personas las que se quedaron. Decidió darle a su amigo un poco de su medicina hasta cierto punto, incumpliendo alguna de aquellas normas que anteriormente habían sido incumplidas en su casa, principalmente, la de prender fuego a cosas dentro de la casa.
            Las nubes cabalgaban lentas y cargadas hacia su punto de destino. No había marcha atrás.
            Tras la comida, se quedó sola con su madre. Dicha persona se caracterizaba por ser capaz de hacer que el orgullo de Veronika se viera minúsculo en comparación con el suyo, lo cual conseguía intimidarla. Comenzó de una forma en la que el tono y la apariencia física jugaban un gran papel en su contra. Mientras Veronika recogía, su madre se acercó, se apoyó en el marco de la puerta con los brazos y las piernas cruzadas. La frente arrugada al alzar las cejas y sus ojos… la expresión de sus ojos no es que fuera la mejor de todas.
            Le habló de sus estudios. ¿Qué piensas hacer con tu vida? No estudias, suspendes, fracasarás. La vida no puede vivirse de sueños. Al final acabarás formando parte del montón de los parados que solo sirven para ello.
            Veronika estaba a la defensiva, a penas articuló palabra, pero sus gestos e intentos de no alterarse demostraban una gran inestabilidad. Su madre seguía hablándole, diciendo cosas que sabía que herían a Veronika, hasta que al final, acabó pinchando donde más le dolió haciendo que ella saltara. “Al menos voy mejor que allí donde querías que me quedara”. “Es que no tienes que ir mejor. Debes ser la mejor. Y no lo eres”.
            Veronika trató de prepararse a duras penas un té para tratar de calmarse. Hasta la propia acción de verter agua caliente e introducir la bolsita en la taza fue criticada.
            Marchó al salón echándose la saya encima al sentarse. Bebió poco a poco, sintiendo como el agua caliente descendía por su esófago. Lo que venía más tarde no iba a ser mejor.
            Su madre le pidió resultados, ella le pidió confianza. ¿Cómo podían confiar la una en la otra si ninguna de ella quería dar el primer paso? En el caso de Veronika, sabía que esto era culpa de su poca autoestima, conocía a ciencia cierta que su madre no le daría ninguna oportunidad.
            “No sé qué te pasa en estas fechas que te pones depresiva y no entiendes a razones”. En el momento que lo pensaba, se dio cuenta que tenía razón. Hacía unos años, lloraba por no poder continuar con la relación que tenía. La primera y única persona que había amado. Solo tenía dos opciones: o dejarle ir, o salir huyendo veloz como el aleteo de un colibrí. También coincidía con las fechas del siguiente año en las que empezó a tantear los límites de sus trastornos alimenticios. Al siguiente, discutió con su madre nuevamente… ¿adivinan por qué? Rió inconscientemente. Las lágrimas comenzaban a brotar, ya no tenía el control sobre sí misma.
            Quizá sí tenía que dar el primer paso. Quizá y solo quizás… si no lo probaba, nunca lo sabría. Le comentó a su madre el problema con Lucas. Qué pasó, qué ocurría en el presente, cómo se sentía. Su madre no le creyó. No, definitivamente no podían confiar la una en la otra.


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