Llegados
a este punto, cualquiera, a primera vista, diría que Veronika es la perversa y
una de sus ex parejas es la víctima. Realmente, ella siempre fue la perversa y
aquello le gustaba. Su enorme orgullo no le permitía que nada le afectase y, en
numerosas ocasiones, esto era lo que a los demás les hacía sentirse inferior a
ella.
Pero
analizando un poco más a fondo la situación, ¿podría decirse que era ella
quien, con su perversidad, hacía un tanto irritable la vida de otros? La
respuesta es sí, pero ¿lo hacía conscientemente? No, la perversidad de Veronika
se había convertido en un rasgo característico suyo. Ella era una persona
“pacífica”, dejaba las cosas correr, pero no se quedaba callada.
Hacía
un tiempo, estuvo saliendo con un chico, llamémosle Lucas. Esta persona eran
del tipo que tenían poco orgullo y poca autoestima, por lo tanto, debían tener
un tremendo complejo de inferioridad ante ella y, si ella lo notaba, su
subconsciente no desperdiciaría oportunidad para arremeter contra ello.
Siempre
que Veronika hacía algo mal, nunca se lo reprochaba. Si algo podía resultarle
molesto de ella, hacía todo lo posible para culparse a sí mismo de ello.
Veronika sabía que el problema no era de él, pero aún así decidió callarse y
dejarlo estar.
Ella
nunca soportó a las personas que no le hiciesen sentir nada, que le aprobaran
todos sus caprichos. Sabía que era una “salvaje” y alguien debía domarla. En
cuanto notaba que esto era así, cortaba por lo sano. Pero esta vez quiso
esperar, sin saber el grado de las consecuencias.
Cuando
finalmente acabó con la relación, sabía que había destrozado a aquel chico,
pero no podía dejar que se viera débil. Ese día tarde o temprano llegaría, y se
lo había avisado. Después de aquel momento, perdieron el contacto durante meses.
Un
aire fresco entraba por su ventana. No podía pensar. O sencillamente, no
quería. Debía tratar de concentrarse en sus estudios pues pronto llegaría la
etapa de exámenes. Sin embargo una llamada le sacó de la monotonía, se trataba
de Lucas, quien dijo que se encontraba en su portal y necesitaba hablar con
ella.
Tras
mucho insistir, Veronika aceptó, aprovechando que tenía que sacar a pasear a
aquella que en esos momentos ocupaba sus pensamientos: su cachorro. A penas
prestó mucha atención ya que la conversación le resultó cuanto más monótona.
Lucas le estaba dando a entender que si no hablaba con ella era porque se
estaba sintiendo mal, que no la había olvidado y eso le dolía, pero había
reunido fuerzas y ya era capaz de entablar una conversación normal. A decir
verdad, ni si quiera notó la ausencia de Lucas, pero eso era algo que tampoco
tenía por qué contar.
Después
de aquella tarde, no volvieron a verse. Pasó la época de Navidad y exámenes y
por fin, tras varios meses de aíslo, vio la luz, sintió el viento fresco en su
cara. Decidió reencontrarse con su vida social.
Caminaba
con una amiga charlando de sus trivialidades cuando a lo lejos su compañera
pudo distinguir la figura de Lucas. Le saludó y pudo vislumbrar algunas
expresiones de desagrado hacia su persona. Al día siguiente, con tan solo
preguntar a la persona correcta, consiguió la información que le ayudaba a
contrastar su sensación. Lucas trataba temas personales y problemas serios de
Veronika con motivo de mofa, burla. Le dijeron que si lo hacía, seguramente era
por despecho porque era obvio que no le había olvidado.
Aquello
cabreó a Veronika. Le daba igual que se metiera con ella. Que hiciese el típico
comentario que realizan los adolescentes. Pero su orgullo fue dañado, no por el
hecho en sí, sino porque ella se había relacionado con una persona tan inmadura
como para no saber hasta qué punto debe abrir la boca.
No
le importaba que otras personas pudiera conocer sus problemas, ella misma no
tenía reparo en contárselos a quien le preguntase. Pero era su información. Su
vida. Suya y de nadie más. Y por ello nadie tenía el derecho de tratar
semejantes temas con tan poca delicadeza.
Las
siguientes ocasiones en las que se vieron, Veronika ni si quiera giró la cabeza
para mirarle. Simplemente hizo como que no existía, ni si quiera le molestaba
su presencia. Lo dejó pasar todo una vez más.
Recientemente,
a Veronika le han sido robadas todas y cada una de sus redes sociales y para
colmo, no disponía de internet para tratar de arreglarlo. Consiguió recuperar
aquella que más le preocupaba, aquella que se encontraba ligada a su cuenta
bancaria. Respecto a las demás, no pudo negar que le molestó en un primer
momento, pero más tarde lo agradeció.
Esta
misma semana, después de prácticamente un mes, un aviso de correos llegó al
buzón de Veronika. En cuanto lo recogió, supo quién fue la persona que le robó
las redes sociales. Lucas. Había empleado dinero de la cuenta bancaria de
Veronika para comprar productos que, nada más verlo, le recordasen a él.
Una
rabia colosal invadió su cuerpo. Si le hubiera visto ese mismo día, seguramente
su parte racional se hubiera nublado y no habría sido capaz de responder ante
sus actos. Pero más tarde fue otra la sensación que le abordó, una que no había
sentido hacía mucho tiempo: miedo.
Había
suplantado su identidad pero, lo peor de todo, era la sensación de acoso.
¿Cuántas veces podría haber estado espiándole sin que ella lo supiera? Y lo más
importante ¿qué persona, en su sano juicio, es capaz de robarle dinero a su ex
pareja y emplearlo en inútiles cosas que le debían recordar a él? ¿Hasta qué
punto podría llegar una persona por despecho?
Tenía
dos grandes razones por las que denunciarle. Pero sabía que de cualquier otra
forma podía hacerle daño. Tanto su perversidad como su orgullo le habían
aconsejado lo mismo: si el miedo aumenta debido a un nuevo ataque, no dudaría
en responder con mano dura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario