El corazón de Veronika pareció
volver a dejar de funcionar correctamente. Los médicos le habían dicho que
seguramente se tratase de una enfermedad llamada taquicardia paroxística. No le
explicaron nada más. Y ella tampoco creyó necesario buscar nada.
Si alguna vez se enterase, usted,
querido lector, de que tiene una enfermedad grave, ¿se lo contaría a sus
cercanos? ¿A su familia? Para Veronika la respuesta era más que sencilla: no.
Nunca les contaría nada a nadie si ella misma supiera que iba a morir. Si ella
supiera que todo acabaría, le gustaría que nadie le mirase con cara de pena,
que nadie se riera de ella, que nadie le dejara prioridad por saber que se está
muriendo. Le gustaría continuar con su rutina. Que se quedasen con ellos los
que siempre han estado con ella y, de esa manera, que los curiosos se
mantuvieran alejados.
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